Era una noche buena especial. Una de las tías se iba a disfrazar de Papá Noel, como hacía antes con otros sobrinos, más de 20 años atrás. Todos estábamos ansiosos.
El único agasajado, de 4 años, había sido preparado por todos los demás
Finalmente se hicieron las doce y llegó Papá Noel con la habitual bolsa de regalos, enfundado en un traje de pañolenzi rojo como si hicieran 32 grados bajo cero (hacían 60 grados más), unas botas negras, los guantes, todo. Había descuidado los detalles con la convicción de que con 4 años qué iba a estar mirando esas cosas. Todos recibimos los regalos con alegría y tranquilidad. Cuando el susodicho se retiró dejando su estela de carcajadas el agasajado nos dijo: Ese no era Papá noel. Tenía una máscara, la barba era de algodón y los guantes eran de goma.
Nos miró a todos, inquisidor y desconfiado, un rato largo. Y justo cuando estuvimos al borde de dejar caer por el precipicio de la realidad nuestro propio espíritu navideño, ya cuando colgábamos la toalla con lamentaciones melancólicas, cuando dimos por perdida su inocencia, él retrucó: Por qué no vino el verdadero Papá Noel?
Le dimos una respuesta más convincente que el traje y se quedó tranquilo jugando con sus nuevas adquisiciones.
Y así fue que tuve la oportunidad de asistir al más descarnado y necesario acto de fe.
Y pude comprender que la esperanza es lo último que se pierde.
Como vos querías
Hace 1 semana