miércoles, 28 de julio de 2010

Sólo empanadas

Juan Hernan Pezo, Pez para los amigos, era un tipo que no tenía suerte. No le venía nada de arriba, ni una le concedía el Barba. No conseguía trabajo, su mujer se había ido con su hermana, al perro le agarró un brote psicótico y se garchó al gato, al canario, le meo el potus y se comió sus ahorros (lo seguía teniendo porque lo había amenzado de morderlo en el mejor de los casos si hablaba)
Una noche de tormenta el viento le arrancó el techo llevándose el split y la antena de DirecTV, recien instalados ambos. Y cuando quiso prender la luz al otro día hizo corto y se le quemaron el resto de los electrodomésticos. El autito que pudo comprarse era 'gemelo' y casi va preso. Era colorado y todos los puteaban por la calle. Se recibió de veterinario después de 9 años de esfuerzo y cuando le iban a dar el título por un error del sistema no quedó registrado, todavía, después de 15 años, aun está tratando de revertirlo.
Una noche que se había cortado la luz quiso prender una vela y se le quemaron las pestañas y los pelos de la verruga de abajo de la nariz, y a partir de entonces los pelos de las pestañas le crecieron en la verruga pero no en los párpados.
De todas maneras ya se había acostumbrado a ese estado.
Un día, volanteando para una parapsicóloga, se encontró a un tipo vestido de empanada en la esquina de Córdoba y Gallo, que abrumado por las desventuras de la profesión - llegó a ese punto una vez vista la escena - decidió dejarle el puesto a Pezo, aunque él lo tomó así cuando se puso el traje que el anterior usuario había dejado. Y bailaba y bailaba un poco ilusionado con la esperanza de que su suerte empezara a cambiar. Luego de tres piezas un gordo desde una combi los llamó y él fue detrás de las tres empanadas a las que secundaba. Una a una se fueron bajando en determinados domicilios. Él los veía desde las ventanas de la parte de atrás bajarse contando la plata que se ve que por su acto cada uno cobraba mientras pensaba en qué hacer, porque si descubrían que él no era él, o sea, el original portador del traje de gomaespuma no le iban a pagar un mango entonces su suerte no había cambiado un carajo y en lugar de un baile publicitario su actuación se habría convertido en una esteril y llana dramatización de su desgracia. Se le ocurrió no sacarse disfraz y quedarse mudo justo un segundo antes de que el gordo le dijera: Vos vas a donde siempre? a la Boca?
y Pez dijo que sí con la punta del repulge, sentadito como estaba atrás.
- Te comieron la lengua, Funes? - Dijo el Gordo.
Y Pez levantó los hombritos persuadiendo al gordo de que deje de hablarle.
Y llegaron a la Boca y Pez se bajó, contando la plata que había ligado casi de queruza, aunque había transpirado la empanada sin dudas. (Afuera del traje hacían 38 grados)
Cuando se fue la combi y quedó solo viendo a través de los agujeritos de los ojos la luz de la luna reflejada en el Riachuelo hediondo, escuchó que de atrás alguien gritaba
- Funes!
Nada, no se dio por aludido. El no era Funes.
- Eh, Funes, so sordo ahora?
Ahí se acordó de que para afuera no era Pez sino Funes y agitó los deditos haciendo seña de que No, pero ya era tarde, tenía tres monos samarréandolo de una esquina a la otra.
- Te hacél vivo? Sabés qué hago yo con lo vivo? - decía en del tatuaje en el hombro.
- No, no soy Funes, soy Pezo, es un error.

Pero antes de escuchar cualquier respuesta volaba sin escalas por encima del tapial que separa el cemento del 'agua'. No sabía como sacarse el disfraz y se ahogó. Pobre Pez.
Dicen los que saben que aún su ánima hostil circula por la zona vestido de empanada. Y algún desprevenido que ha tenido la oportunidad de acercarse asegura que repite sin cansarse que 'El Pez por la Boca muere'