jueves, 14 de enero de 2010

Perspectivas

Estoy leyendo un libro. En él, un soldado, habiendo estado en el infierno (o la guerra, que es lo mismo) a la vuelta, 20 años después, no entiende a los demás.
Dice que se siente un extraterrestre cuando ve a la gente preocuparse porque no tiene un trabajo, o porque no puede pagar el seguro de su auto. No recuerdo exáctamente cuáles son las situaciones cotidianas que enumera pero es más o menos algo así.
Luego, su interlocutor en la historia le responde alguna boludez pero recuerda, como si en ese momento cobrara sentido, una frase, algo así como 'Gracias a Dios, aun nos queda la muerte'. Yo no la entendí, y cerré el libro. No estoy teniendo muy buena relación con la muerte últimamente.

Días más tarde prendí la tele y me puse a mirar una serie que trata de un tipo que es policia o detective o algo que resuelve casos difíciles. Todo esto viene a raíz de que años atras reventaron a su propia familia. Antes de ese episodio era un tipo que se ganaba muy bien la vida engatuzando gente con trucos de habilidad mental, un Tony Kamo del primer mundo incapaz de tener registro de nada que no tuviera que ver con él mismo.

Antes que eso, incluso antes de leer el libro, me pasó a mi, a nosotros, que estando en una sala de espera de una terapia intensiva, sosteniendo congoja y esperanza con los dientes apretados (como para que no se escape), las enfermeras del servicio dejaban sus puestos de trabajo porque uno de los que alli estábamos alguna vez salió en la tele y querían una foto, y me indigné hasta la verija.

Sin embargo no tenía razón en enojarme. Las miserias siempre son absolutamente individuales, propias, y solamente quien haya tenido que pasar por una penosa contingencia puede cambiar de sentido, de dirección, de perspectiva. No se trata de otro, de otros, allí donde está la muerte en cualquiera de sus formas no hay vínculos, sólo lugares de los que no se puede volver.