jueves, 28 de mayo de 2009

Cosas que pasan

Yo tenía una bufanda hermosa. Me la había comprado en un viaje, que además había sido mágico, y estaba enamorada de esa prenda. Tenía unos colores, una suavidad... tenía tanto significado, tantísimo valor agregado que era única, como la rosa del principito. Yo la había domesticado. No había invierno que no la usase, y cuando no podía la dejaba sobre el sillón, de adorno, para no perderla de vista. Un buen día, por un descuido tonto, porque cuando uno pierde las cosas por lo general es de manera estúpida, la perdí. Creo que la dejé en un colectivo uno de esos días en que iba cargada y a destiempo. O habrá sido algún día de incipiente primavera que me la saqué a riesgo de sofocarme. No sé, pero la perdí. Qué tristeza, por favor, qué manera de sufrir. Recorrí todos los lugares que habia transitado hasta que por fin, luego de un tiempo, logré dar con mi bufanda. Estaba toda sucia y maltrecha, se ve que nadie le dio la importancia que tenía. Estaba quemada con un cigarrillo y tenía manchas de grasa (o de no quiero saber qué). No me importó y me la llevé. La lavé, la remendé, la traté de poner en forma pero no era lo mismo. Alguien me dijo que la destejiera y que la armara de nuevo (era artesanal). Yo lo hice y me quedó una reverenda cagada. Lo volví a hacer, tozuda, y la lana se fue venciendo. Ya quedaba más corta, más finita, estaba más aspera y no abrigaba en absoluto. El color se perdió... Solo la mantenia mi recuerdo. Todo ese valor simbólico que me había quedado. Un día me la vio mi vieja y casi se infarta, pensó que estaba usando de poncho la cama del gato. No servía para nada. De todas formas no la dejaba de usar. Me cagaba de frio, me arruinaba la pinta porque realmente parecía un trapo, tenía olor feo que ya no se iba con nada... como si se estuviera pudriendo. Un buen día no me quedó otra que dejarla. Salí a conseguir otra y no había caso. Ninguna me conformaba: el color, el olor, la calidez, la suavidad... siempre le encontraba el detalle que detonaba la negativa. Estuve cagada de frio todo ese invierno pero no había bufanda que me sirviera porque allá, en el cofre de oro de mis recuerdos descansaba la otra, la inmaculada, la perfecta bufanda. Un día, el día mas frio del año, salí despechugada y, como no podía ser de otra manera, me agarró una gripe zoológica. Estuve en cama durante 1 semana. Obviamente, todo aquel que pudo se lo adjudicó a la falta de abrigo: Es que no tenía bufanda. Cuando me recuperé ya no hacia taaanto frio, así que me hice la boluda y me arreglé con cualquier cosa. Igual entendí finalmente que aquella otra, la perfecta, la mejor de todas, lo es sólo en mi recuerdo y el recuerdo no abriga sino que hace al frío más frío aun, más triste. Remarca que ya no está. Simplemente (no fue tan simple) tenía que encontrar otra. Ninguna otra bufanda va a ser como la anterior, porque esa estuvo allí alguna vez y dejó una marca imborrable. Pero esa tampoco, eso es lo más triste me parece. Mirar atras con tristeza no me dejaba ver que hay otras que aunque no sean iguales, puede ser buenas tambien. No busqué reemplazar, sino reinventar. Y reinventarse, soltar lo viejo, implica una decisión. Y no es, de ninguna manera, gratis. Aun no he encontrado una bufanda que me guste, pero al menos he visto que todas tienen algo para ofrecer.


jueves, 21 de mayo de 2009

Aprieta pero no ahorca.

Hay días en que todo a mi alrededor es un despelote.
Hay otros en que es una fiesta, otras veces sobresale la monotonía y otros días ni siquiera me detengo a ver lo que hay. También hay días que todo está patas para arriba.
Los peores, definitivamente, son aquellos en los que no se ve nada.
Hoy fue un día de esos.
Lo primero que hice fue andar por la calle abrigada hasta las pelotas, cargada hasta las pelotas, y hacía calor.
Luego me subí a un subte en el que la gente que había adentro del bagón quintuplicaba su capacidad. A la noche iba a tener una cita por la que me fui a depilar, limpié mi casa, organicé todo lo demás porque realmente la estaba esperando desde hace unos 3 meses y se canceló a último momento por una puta gripe.
Encontré hace unos meses un trabajo en el que se me redituaba en todos los sentidos, que me hacía feliz, que me prometía algo más que dinero, y en la primera de cambio, el responsable del lugar, mi jefe y el de todos los demás, luego de ofrecerme el oro y el moro me invitó a salir.
Entonces me fui a mi casa y me puse a llorar. El mundo se me vino abajo sin previo aviso y me puse a llorar. Prendí la radio y uno de los tipos del accidente de los Andes, uno de los 16 sobrevivientes de esa tragedia contaba, con una humildad filosa y sin dramatismo que él había podido seguir con su vida, que se casó, que tuvo hijos, que fue feliz a pesar de eso porque, tanto él como los demás allá por el '72 decidieron seguir, no morirse en el medio de la nada.
No quiero caer en el lugar común, pero la verguenza que me hizo sentir me puso adelante de la computadora a escribir esto.
Espero que sirva.

domingo, 17 de mayo de 2009

Ciego

Salgo del ascensor una mañana. Estaba esperando que viniera mi taxi.
Y cuando lo hago veo que viene caminando un vecino, sonriente a pesar de la hora de la mañana y del frio afuera. El frio es inusual, es uno de los primeros del año. Nos cruzamos a un metro de la puerta del ascensor de donde yo salía y al que él entraba.
El portero me saluda con un efímero buen día y desvía la mirada hacia las puertas del ascensor, ya detras mio, y empieza a hablar como uno suele hablarle a un chico. Yo me doy vuelta al instante, sorprendida, y veo que caminando junto con mi vecino va su pequeñísima hija, en tamaño y edad, sonriendo, jugando, hablando, yo que sé.
No la había visto, no la había escuchado, no me había enterado de que estaba ahí salvo por el portero. Vi que llegó mi taxi y me fui.
Cuando se me pasó la sorpresa vino la congoja, porque si me pasa algo así en algo tan cotidiano como el cruce con mi vecina, entonces seguramente me pasa en todos los demás órdenes de la vida: por estar mirando sólo hacia un punto, me pierdo de todos los demás.
Ya adentro del auto me saqué los anteojos de sol.
Me hubiera gustado sacarme las anteojeras.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Nemento moris

Estaba yo sentada en una ronda de gente bastante heterogénea.
De pronto surgió el tema social, la pobreza, la desigualdad de oportunidades y la mar en coche. Unas señoronas muy coquetas salieron al ruedo:
- Nosotras tres - dijo la de la nariz repingada - somos voluntarias de un comedor en Constitución. Vamos todas las tardes a llevarles de comer a los chicos y a sus mamás, la mayoría de ellas embarazadas.
Las tres afirmaban con la cabeza.
- La verdad es que la situación ha cambiado mucho últimamente - dijo la de la izquierda de la de la nariz operada a la vieja usanza, haciendo tintinear sus pulseras - porque hay mucha droga dando vueltas. Antes había algún que otro robo, pero los chicos venían a merendar y andaba todo más o menos bien. Era un barrio dentro de todo tranquilo.
- Es una pena que después - dijo la tercera, terminando de deglutirse un canapé de salmón - vinieron los peruanos y habitaron todos los conventillos de la zona. Ellos trajeron la droga, el paco, la pasta y esas porquerías. Andaban por ahí haciendo el trueque: documento por droga. La culpa es de los peruanos!
Terminada la conversación, a la que todos asintieron con solemnidad, me puse a charlar con una chica que estaba finalizando su carrera universitaria. Muy enojada, dijo:
- Por culpa de ese profesor de mierda yo no promocioné. No me alcanzó la nota que me puso y me mandó a final. Podés creer?
Más allá, una jóven madre hablaba con otra joven madre acaloradamente.
- Me llamaron de la escuela para decirme que Santi no hace caso. Que no hace los trabajos en clase, que se distrae. Y claro, si con la maestra que tiene qué pretenden?
Cuando me estaba yendo paso por al lado de un hombre que hablaba con un policia después de producirse el coche.
- Es que se me cruzó el árbol. Yo andaba por la calle tranquilo y un árbol insolente se me cruzó y no lo pude esquivar.

Esto último no pasó, pero a juzgar por lo que venía escuchando no me hubiera sorprendido.
No es fácil hacerse cargo de que los errores son nuestros, de que al final no tenemos todo.
Porque hacerse cargo es asumir la responsabilidad de revertirlo, de cambiarlo.
Asumir el error es asumir todos los errores, los pasados y lo futuros tambien.
Es tener que ceder, es aceptar discursos ajenos y diferentes, y eso da laburo. Es más simple dormirse en las sábanas calentitas de nuestro entendimiento omnipotente sobre todas las cosas.
Es una herida narcisista que duele y tapamos con las curitas de la ignorancia, pero la única forma de que sane es empezar a desinfectarla con el alcohol etílico y ético de la responsabilidad.
Duele también, pero es infinitamente mas productivo.

viernes, 8 de mayo de 2009

simple, fresco

Tuve un sueño.
Yo estaba en una casa, tremendísima casa, que daba a una playa que no se podía creer.
La tremenda casa estaba sobre una colina cuya pendiente, de unos 150 metros, estaba cubierta de un césped brillante, suave, más verde que la esperanza.
Yo estaba ahí, ese lugar era mio, yo pertenecía allí pero al otro día me iba, viajaba, era mi último día en ese lugar. La noche anterior habíamos tenido una fiesta, se ve que era mi cumpleaños porque me habían llenado de regalos.
Ese último día yo decido bajar a la playa, que estaba luego del césped y cuya arena parecía maicena y el agua era tan transparente que dudabas de que fuera salada. Se me había hecho tarde porque me había quedado dormida después del almuerzo pero fui igual.
Resulta que al ratito de yo llegar al paraíso, donde me esperaban allí algunas personas, al ratito de haber llegado con mis regalos una nube negra, inmensa, cargada se acerca a una velocidad poco creíble. Todos empezamos a huir de ese lugar y a mitad de camino, con una lluvia torrencial y fria de esas que duelen, me doy cuenta de que había dejado mis regalos en la playa. Me detengo, lo pienso dos segundos y vuelvo, y mientras emprendía la operación retorno, muchas personas desde la casa me gritaran para que los dejara allí, que fuera a refugiarme, que iba a encontrar otras cosas que reemplazaran aquellos regalos. Pero yo no podía, esos regalos eran mi tesoro, eran mios, no podía dejarlos ahí arruinándose.
En la medida que iba acercándome se me hacía muy dificil, tenia frio, tenía miedo, tenía tristeza, llegué a pensar que los perdía. Finalmente llegué y ahí estaban. Yo estaba empapada, cagada de frio y cansada pero tenía mis regalos. Fue entonces cuando me lamenté que fuera el último día, haber llegado tarde a disfrutar de la playa y no tener otro día de changui. Y en ese intante vi en el cielo una hilacha de luz. La nube negra finalmente se estaba yendo, no era eterna como pensaba. Había valido la pena hacer el esfuerzo de llegar hasta ahí.
Luego me desperté.
Más allá de lo pintorezco del panorama, lo estético, el sueño fue particularmente gráfico.
A pesar de ser tarde yo fui a donde quise, fui. Hubiera sido mejor no dormirme, pero fui igual porque todavía la playa estaba ahí. Cuando apareció el obstáculo, la tormenta, tuve la posibilidad de elegir entre la comodidad de la casa, impecable, conocida y segura, donde antes me había dormido y donde me esperaba la calidez de lo conocido, y la playa que se me representaba oscura, desconocida pero que albergaba mis 'regalos', aquello que yo quería, que me pertenecia y que no quería perder.
La vuelta, llegar hasta ahí fue dificil. Tenía miedo, tenía frio, no sabía si iba a llegar a encontrarlos.
Pero llegué y ahi estaban. Y cuando creía que se me había terminado el tiempo, cuando creía que ya había perdido la oportunidad, ahí, adelante mio, volvía a salir el sol.
En cuestión, el mensaje es: No te detengas. Lo que querés está ahí para que lo vayas a buscar aunque te resulte lo más dificil que vayas a hacer, no abandones tus 'regalos' , no hagas eso.
Y si se trata de eso, nunca es tarde.

martes, 5 de mayo de 2009

Necio

Estaba un día en la casa de una amiga que tenía una hija.
Yo tengo 47 años, tengo un título de grado, dos de post grado y un doctorado. Hablo tres idiomas y me considero inteligente, sagaz, intimamente soy un genio.
Entonces, como decía, estaba en la casa de una amiga y su hija, de 5 años recién cumplidos, que estaba en primer grado de la escuela de una escuela suficiente (ni más ni menos), me empieza a hablar de la religión cristiana.
Iba a un colegio laico pero con opción a educación católica.
´Y después de morirse fue al cielo´me dijo
'Cómo hizo para llegar al cielo?'
'Se fue volando'
'Qué, tiene alas? las personas no tienen alas'
'Bueno, entonces se fue en un avión'
'Mmm, no existían los aviones en aquella época'
'Bueno, entonces se fue en un auto que volaba'
'mmmm...'
'Bueno, no sé, pero se fue al cielo!'
'Pero en el cielo estan las estrellas después de las nubes. Y ahí no se puede respirar - me divertía yo, peleándola - no sé si creerte. Para mi es todo mentira.'
'No, no es mentira, es cierto!'
'Y vos cómo sabes?'
'Porque sí, me enseñaron, porque además es el que creó todo el mundo!'
'Mmm, no sé. Nunca lo vi, no puedo creer si no lo veo.'
'... '
Se queda en silencio unos minutos y se pone a completar algo en su cuaderno.
Cuando yo ya daba por terminado el asunto, arremete.
'Vos crees en Japón?' - pregunta.
'Pero qué pregunta! Claro que creo en Japón, cómo no voy a creer en Japón!'
'Ah... y vos fuiste a Japón?'
'No, no he ido'
'Entonces, si no fuiste y no viste Japón, cómo es posible que creas en eso?'
y ahora, el que hizo silencio fui yo, viendo cómo mi soberbia me hacía quedar como un liso y llano pelotudo.
La diferencia entre lo que uno conoce, lo que sabe, y lo que te falta conocer y saber es tan grande, tan abismal y titánica que cada vez que subestimes a alguien se te va a venir encima.
El conocimiento debe ser un vehículo, un camino.
Conocimiento y sabiduría son diferentes, hasta arriesgaría que opuestos.
Tanto, que muchas muchísimas veces el conocimiento es el primer obstáculo para llegar a la sabiduría.