viernes, 28 de enero de 2011

Epifania diabetica

Hoy escuché a un tipo que hablaba de un asunto familiar. Su pequeño hijo había disparado un inusual pico glucémico y si lo dejaban pasar hubiera sido una catástrofe (lo hubiera sido para él). Entonces, angustiado, relata lo sucedido.
El tipo es un trabajador, un trabajador duro, un obrero digamos. Llega a fin de mes con lo que puede, haciendo malabares. Tiene una esposa, tiene tres hijos, el más chiquito es el que sufrió este desequilibrio y tuvo que pasar internado unos 15 días.
Entonces el tipo cuenta que iba del sanatorio al trabajo y del trabajo al sanatorio, a veces pasaba por su casa a ducharse. Dormía sentado a los pies de la cama, porque su trabajo arrancaba a las 5 am y no quería dejar solo a su hijo y a su esposa. Los otros dos hijos, adolescentes, se ocupaban de la casa y esos menesteres. Entonces iba y venía. Y en el camino aparecían cuestiones como la falta de atención y de medicación en el sanatorio, la falta de pronóstico y de información. Los médicos que se hacían los sotas y le echaban la culpa a la obra social, y la obra social que se lavaba las manos haciendo lo mismo. Y el tipo andaba de acá para allá, viendo que el chico no se estabilizaba y que nadie le tiraba una puta punta. Y seguía, hubiera seguido hasta el infinito si hacia falta.

Cuando todo pasó y yo lo escuché, cuando se sentó en mi mesa, desplomado, y pudo finalmente descansar en el asunto resuelto, dijo: ‘Yo quería estar ahí, yo no me quería perder esto, yo quería sufrir con ellos
Al principio pensé que el tipo era un masoquista o un cuadrado. Luego cuando pude ir más allá (gracias a Dios) comprendí que su deseo había sido genuino, puro.

Ninguna circunstancia iba a volverlo más humano que el dolor. Ni nada lo hubiera disparado más a la certeza de estar vivo.

El tipo tenía un pasado viscoso pero no viene al caso. Con eso fue para mí más que suficiente.

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